¿Alguna vez te has preguntado por qué te sientes mucho mejor después de escribir o hablar sobre algo que te está preocupando
o bloqueando, molestando, agobiando, martilleando en la cabeza?
Lo que pasa cuando escribes lo que no te atreves ni a pensar
Ayer abrí mi cuaderno con el corazón encogido. No tenía nada concreto que decir, pero tenía una sensación de nudo, de ruido por dentro que me inquietaba.
Me había preparado para seguir con la novela que estoy trabajando. Era una de esas mañanas en las que te sientas frente al manuscrito y la historia entera parece una tontería, miras las ventas de libros anteriores y te planteas si estás en el camino correcto, si lo que haces tiene interés o solo pierdes el tiempo. Las dudas se te cuelan por el cuello del jersey, como el aire fresco de la mañana, y sientes un escalofrío: que si esto no va a interesar a nadie, que si el ritmo no funciona, que si no estás contando nada nuevo, que si este conflicto no se sostiene... ¿Y si nada de lo que hago tiene sentido?
Así que, sí, escribí.
Pero no sobre la novela, sino sobre las dudas. Una a una. Sin intentar ordenarlas, sin buscar frases bonitas y bien escritas. Solo lo que estaba flotando en mi cabeza sin encontrar un lugar donde asentarse, sobre esa inseguridad que a veces se disfraza de perfeccionismo. Dejé hablar a esa voz interna que lo cuestiona todo y permití salir a la presión invisible que se instala cuando llevas demasiado tiempo intentando hacerlo bien.
Y fue curioso. Porque mientras lo iba escribiendo, dejaba de presionar. Al escribir, el problema no desaparece, pero se vuelve más ligero y manejable. Como si por el simple hecho de ponerlo en palabras, el cuerpo pudiera soltarlo un poco y la cuerda se destense, las ideas se ordenan y se asientan. Además, lo que se veía grande en la cabeza lo ves con otra perspectiva y te das cuenta de que no es tan enorme, que no pesa tanto y que hay muchas más cosas alrededor que no veías.
*He usado el ejemplo de la novela, pero puede ser cualquier cosa que te agobie o la simple rutina que te atenaza o lo que sea que ocupa tus pensamientos.
Cuento en mis talleres un ejemplo muy visual: pon tu puño cerrado delante de la cara, pegado a la nariz. ¿Qué ves? Solo el puño. Nada más (o casi) de lo que hay en la habitación. Ahora estira el brazo y mira tu mano. Es el mismo puño, sin cambiar de forma y tamaño, pero tú lo ves más pequeño y manejable, y te das cuenta de todo lo que te rodea.
Eso hace la escritura (el ejemplo lo conocí para la meditación, que en este caso actúa de la misma manera). El asunto que te preocupa no disminuye, pero tú tienes una visión más amplia, un contexto, unas herramientas a tu alcance para actuar sobre él.
Esto que ocurre al volcar palabras sobre el papel no es intuición ni casualidad.
James Pennebaker, autor del libro Opening Up by Writing It Down, lleva décadas investigando cómo la escritura expresiva —la que no se escribe para publicarse, sino para entendernos mejor— ayuda a calmar el sistema nervioso, a ver con más claridad y a recuperar el sentido de lo que nos pasa.
En el mismo sentido habla la investigadora Linda Metcalf, autora de Terapia narrativa centrada en soluciones.
En una de las investigaciones más conocidas, un grupo de cincuenta ingenieros, todos con más de cincuenta años y recién despedidos de una empresa tecnológica, participó en un estudio de escritura. El objetivo era sencillo: comprobar si escribir sobre su experiencia les ayudaría a encontrar trabajo. Se dividieron en tres grupos. Uno escribió durante cinco días, durante 30 minutos, sobre lo que sentían al haber sido despedidos. Otro escribió sobre cómo pasaban el tiempo sin empleo. El tercero no escribió nada.
Siete meses después, más de la mitad de quienes escribieron sobre sus emociones (un 53 %) había encontrado un nuevo trabajo. En los otros dos grupos, solo lo consiguió un 18 %. Lo curioso es que todos acudieron al mismo número de entrevistas. ¿La diferencia? Su forma de expresarse y de prsentarse al mundo. Quienes se permitieron expresar su rabia y frustración también fueron capaces de soltarla y presentarse con más seguridad, más calma, más foco y más confianza. Y eso, se nota.
Ese es el poder de escribir para cuidarte.
No hace falta que obtengas todas las respuestas, ni que solo escribas si es algo «importante». Solo hace falta que te permitas aparecer en la página, tal como estás. Porque cuando lo haces, algo se recoloca dentro de ti, se aclara y deja espacios. Y esa claridad, aunque de momento creas que es leve, te sostiene.
Cuando escribes lo que no puedes decir en voz alta, te devuelves espacio. Cuando vacías la página, haces sitio dentro. No hace falta que seas escritora, ni que estés escribiendo una novela. Solo hace falta que te des permiso.
Si estás en un momento en el que escribir te cuesta, o te sientes revuelta, o simplemente no sabes por dónde empezar, en mis libros encontrarás prácticas diversas y muy humanas para volver al centro. No hay trucos, solo espacio para ti.
Escribir desde las entrañas, donde se abordan diversos temas con propuestas de escritura. Aquí
Escribir la vida, ejercicios diarios sin teoría, para hacer seguidos en de forma aleatoria. Aquí
Curso escritura emocional, si quieres empezar desde lo más básico, con propuestas de todo tipo (cartas, listas, relatos…). Aquí
O puedes esperar unas semanas y entrar en la Comunidad Premium de mi Substack, donde ofreceré ejercicios y retos de escritura semanal, tanto expresiva y personal como creativa.
El ejercicio de hoy no es más que la escritura espontánea. Puedes hacerla al levantarte o en tu momento de calma y autocuidado. Estas páginas de escritura libre son muy beneficiosas y llevan años recomendándose, muchos más de lo que la gente cree al atribuírselas a J. Cameron que solo las hizo populares, algo que se agradece. Cuando una herramienta tan sencilla funciona durante tanto tiempo, por algo será.
¿Encuentras alivio y perspectiva en la escritura?
Nos leemos,
Hace muchos años usaba la escritura como «escombrera emocional», siempre tenía a mano una libreta para echarlo todo, pero en algún momento empecé a guardarlo para no darle importancia y no prestarle atención. Me parecía un error pasar una hora escribiendo lo que me preocupaba o lo que me dolía porque pensaba que lo que hacía era empeorarlo todo al centrarme en eso.
Ahora tengo ese mecanismo tan integrado que cuando me encuentro mal ni siquiera puedo sentarme a trabajar en mis novelas porque pienso que «se me va a escapar» algo de lo que tengo dentro. Soy incapaz de dejarme llevar y sacarlo todo como hacía antes. En fin, todo este rollo para decirte que me he pillado tu libro de Escritura Emocional xD