¿Cómo te lavas las manos? El arte de actuar por inercia y en automático
Hoy hablo hasta de bolos y aspiradoras... Todo es posible en este espacio.
Imagino que habrás leído o escuchado que la mayor parte del tiempo funcionamos en piloto automático. Y te lo presentan como algo malo, pero no lo es. No, si sabes cómo, por qué lo haces y cuándo es necesario.
Son esas pequeñas acciones que haces sin pensar porque las conoces muy bien: ¿te has parado a pensar cómo te lavas las manos? Si pones la izquierda sobre la derecha, si frotas de arriba a abajo, o al revés. O con qué piernas sueles bajar la acera, o tantas acciones rutinarias y diarias que haces con los ojos cerrados.
Esto es necesario para dar espacio a la mente y dejar sitio a lo nuevo, a lo que requiere más atención. La mente busca economizar energía y eso está bien.
La próxima vez que te laves las manos hazlo con atención, de forma consciente, «viendo» qué pasos sigues, sintiendo la temperatura del agua, el aroma del jabón, el tacto de una mano sobre otra, e imagina cómo la suciedad desaparece. Si lo haces, estarás practicando mindfulness informal. Además de tener las manos limpias, habrás hecho una pausa meditativa.
La parte negativa del piloto automático es otra. La que resulta de hacer lo que toca, solo lo que ya se sabe y siempre se ha hecho así. Cuando desde que te levantas hasta que te acuestas haces y haces y haces sin ser consciente de lo que estás haciendo, solo apagas fuegos y tienes la mente desconectada del presente. Piensas en unas cosas mientras haces otras sin fijarte en nada.
A mí, más que ir en piloto automático, me gusta llamarlo funcionar por inercia. Como ese aspirador que va solo por la casa, se choca y recula, pero no sabe lo que hace y no se para en las zonas que más lo necesitan o se queda enganchado con un fleco, un papel o lo que sea, y no sabe salir de ahí. O cuando desde lo alto de un montículo tiras dos piedras y cada una sigue un camino, por inercia.
Funcionamos por inercia cuando nos desconectamos del presente, de la tarea, de la experiencia misma.
Creo que te voy a liar si te digo que si te pasa esto, no es que esté mal. Es posible que esa inercia te salve muchas veces del colapso mental. Tanto en la vida personal como en la laboral, necesitas momentos de no pensar tanto y dejarte llevar por la inercia (lo que me gusta «hacer el muerto» en el mar en calma, ¿lo has probado? Esa sensación de dejarte acunar y desplazarte sin intención, es un descanso para el cuerpo y para la mente). Son momentos que te permiten ahorrar energía, cumplir con lo urgente y mantener el equilibrio.
Pero hay una diferencia enorme entre fluir y dejarse arrastrar.
Yo misma paso mucho tiempo en esa zona de actuación por inercia: hago lo que sé hacer, sin cuestionarlo. Y esa zona no es la famosa zona de confort en la que no arriesgas ni experimentas, en la que te resignas «a lo que hay» sin preguntarte si tiene sentido para ti. En cambio, es el lugar mental en el que actúas desde la comodidad de lo que sabes que funciona, porque ya lo has experimentado, y te permite crear espacios para lo nuevo o diferente, para lo que necesitas atención.
Como cuando usas cada día las mismas escaleras varias veces y no necesitas pensar en cómo es el escalón ni cuantos hay para bajar sin mirar al suelo, pero si se va la luz o es la primera vez, miras hacia abajo y te fijas para no caer. Quiero añadir una anécdota personal; para no alargar el paréntesis, te la dejo al final.
Como siempre, en el equilibrio está el éxito.
Así que, estar en piloto automático (repito, sabiendo cuándo, cómo y por qué, no solo por inercia) reduce la carga cognitiva para que podamos guardar los recursos de nuestro cerebro y dar espacio para las cosas que necesitan atención o para lo nuevo/diferente.
Pero, ¿qué pasa si quieres expandirte más allá de lo que ya sabes hacer? Tendrías que salir de tu zona de actuación por inercia y practicar intencionalmente algo nuevo.
Uno de los maestros de los que aprendo cada día, recomienda que empieces la mañana con esta pregunta: ¿Cómo me presentaré hoy? (ante mí, en mi vida).
No es una cuestión filosófica ni te exige una respuesta. Es un ancla al presente, como la respiración. Una forma de romper esa inercia silenciosa que, sin darte cuenta, te puede arrastrar al día sin detenerte a mirar qué necesitas, qué deseas o qué te gustaría construir.
Pueden llegarte muchas respuestas: presentarte con enfoque, con ternura, o con firmeza, si el día lo requiere. Puede ser algo más concreto. Pero, ¿sabes? No hay respuesta buena o mala, ni siquiera necesitas una y mucho menos llegar a la noche y comprobar si has cumplido el objetivo. Esto no es un concurso, sino el deseo de vivir con armonía, sin estrés, cumpliendo con los «tengo que» desde la consciencia y con los «quiero» desde el autocuidado.
El ejercicio es hacer la pregunta y recordarte que puedes elegir cómo vivir este instante.
La clave, por tanto, no está en encontrar respuestas perfectas, sino en desarrollar el arte de hacerse preguntas.
Una pregunta adecuada puede ser más transformadora que una gran certeza.
El solo hecho de hacer la pregunta te hace reflexionar, aunque sea mínimamente (ese darse cuenta tan poderoso) sobre lo que estás tratando de crear en la vida y qué hacer para acercarte a ello. Te hace asumir la responsabilidad de tu vida.
La intención de tu pregunta crea una nueva forma de ser, más cercana a lo que quieres, cuando entras en la zona de inercia (como el programa que pones al aspirador autónomo).
Yo he descubierto que no solo me ayuda a crear una experiencia diferente de la vida, sino que influye en mi toma de decisiones, acciones y resultados. Y por eso te lo cuento. Cada mañana me recuerdo cómo quiero ser ese día.
La cuestión es: Vivir por inercia arrastrada por circunstancias ajenas, o adecuar esa inercia para fluir dentro de una vida deseada, actuando en lo que está en tu campo de acción.
Acabo de escribir esto y he recordado que hace mucho tiempo lo comparé con una partida de bolos:
Hazte la pregunta, pon las guías/piezas y juega la partida.
Por ejemplo, entrenando:
P.D. 1: Recuerda que en verano estrenaré la nueva temporada de estas Cartas con zona Premium de trabajo personal a través de la escritura, y este espacio cambiará de nombre. Pronto te lo contaré.
P.D. 2: La anécdota:
Durante años (muchos) mi ejercicio ha sido la natación. Nunca he tenido el estilo de las nadadoras profesionales ni deseo de tenerlo. Nadada como aprendí de niña y de forma individual. En una de mis épocas en Madrid me apunté a una piscina en la que solo se podía ir en grupo y nos repartían en calles por niveles. El profesor me dijo que no movía bien las piernas al hacer la braza y me enseñó otra forma. Al intentarlo, puse todo el foco mental en el movimiento que él me dijo peroooo mi cuerpo hacía lo de siempre. En esa lucha cuerpo-intención mental, ocurrió lo peor: esguince de rodilla. Y ahí se acabó la piscina durante mucho tiempo. Por eso os digo que no todo cabe en un texto o en una frase de las que nos acostumbramos a leer en redes, etc., como si fueran la verdad absoluta para todos. En esa época todavía no había empezado con el mindfulness y sé que ahora lo hubiera hecho de otra forma. Para todo, hasta hacer una tortilla de patatas, se necesita entrenar y aprender, es decir, tiempo con intención, hasta que parece que se hace sola, como por inercia. Si detrás de esa inercia (o automatismo) ha habido aprendizaje e intención, entonces es fluir. Y está bien.
Hola, Pilar, este artículo ha sido uno de los más vistos desde el Diario de Substack en español:
https://columnas.substack.com/p/substacks-que-desaparecen-substack