A veces la vida no te lleva por dónde creías que debía de ir. Llegas a una rotonda y no sabes qué camino tomar, y sigues dando vueltas. Solo oyes ruido en tu cabeza y las ideas se vuelven confusas. Una salida es el querer, otra el poder, otra el deber…
En medio de esa rotonda mental llena de ruido, nos pasamos el día intentando mejorar lo que no funciona. Nos han enseñado a trabajar en nuestras carencias, en ideas cómo “no soy buena en esto”, “me falta aquello”, como si ahí estuviera la clave para avanzar. Si te das cuenta, en la escuela se refuerza lo que se te da mal y se olvidan de lo que se te da bien o te gusta más, como si eso no necesitara práctica.
Pero ¿es eso lo que se debe hacer siempre, sobre todo una vez superada la escuela?
¿Y si el impulso no viniera de lo que falla, sino de lo que te sostiene?
Hace poco recordé una historia que me hizo pensar. Una pareja estaba preocupada por su hija. En el colegio no se concentraba, se distraía con facilidad, no seguía bien las clases. Decidieron pedir cita con un especialista y, mientras hablaban con él, la niña se quedó sola en la sala de al lado. El profesor encendió la radio antes de salir.
Desde fuera, los tres observaron cómo la niña, al quedarse sola, se puso a bailar. Con una naturalidad que desbordaba. Su cuerpo respondía a la música como si lo hubiese estado practicando toda la vida.
El profesor les miró y dijo: «Vuestra hija no tiene ningún problema. Vuestra hija es bailarina».
Aquella frase lo cambió todo. En lugar de invertir tiempo y energía en corregir lo que no iba bien, decidieron alimentar aquello en lo que sí brillaba. Esa niña se llamaba Gillian Lynne y fue una de las bailarinas más importantes del siglo XX, y coreógrafa de musicales como Cats o El fantasma de la ópera.
Pensar en esa historia me hace volver siempre a lo mismo cuando me siento desbordada:
¿Qué me hace sentir fuerte?
No solo qué hago bien y mucho menos qué esperan de mí.
Busco entre todo lo que hago, qué es lo me hace sentir viva. Con qué me siento yo.
Para mí, esa respuesta es clara: escribir.
Y acompañar a otras personas mientras escriben.
Esa combinación —la palabra, la escucha, el proceso— me da foco, calma y sentido.
Por eso he aprendido que cuando dudo, cuando me pierdo, cuando no sé qué hacer… el camino más honesto es volver ahí. A lo que me hace fuerte.
Si tú también estás buscando ese centro, si estás en un momento de cambio o necesitas reconectar con lo que de verdad te sostiene, puede que escribir sea una vía. Y si necesitas alguien que te acompañe en ese camino, estoy aquí.
✨ Desde Por amor al arte, con mis libros, talleres, en grupo o one to one, acompaño procesos de escritura creativa, personal o profesional.
Te acompaño en tus dudas, búsquedas y borradores.
Y sobre todo, acompaño tu forma única de mirar el mundo.
Puedes escribirme y lo hablamos con calma.
Para este fin de semana, te dejo con un ejercicio sencillo que puedes llevar a tu cuaderno y reflexionar (no te pierdas el próximo artículo en el que te contaré por qué la escritura no es terapéutica):
📝 Ejercicio de escritura
Piensa en tres momentos recientes en los que te sentiste fuerte, poderosa, increíble.
No solo competente o satisfecha por haber cumplido: fuerte de verdad. De esas veces que, al acabar, piensas «esto me hace bien, vibro con ello, me da la vida…».
Escríbelos con detalle.
Y luego pregúntate:
¿Qué tienen en común? ¿Qué dicen de ti? ¿Es a lo que te dedicarías si todas tus necesidades estuvieran cubiertas?
Si quieres, cuéntamelo.
Para las que la respuesta haya sido escribir, con intención de publicar o para ti misma, en la suscripción Premium de Por amor al arte vamos a escribir cada semana. En julio empezamos.
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