Vivir en automático, ¿hay que evitarlo o es supervivencia?
La mente está programada para funcionar en piloto automático para sobrevivir.
No te pasa nada raro si te descubres lavando los platos y, al terminar, no recuerdas haberlos enjabonado.
No es un fallo de atención: es tu mente haciendo sitio.
Ese piloto automático que tanto se critica y que te dicen que lo evites tiene, en realidad, algo de sabio. Se encarga de lo previsible, de lo que ya sabemos hacer, para que no gastemos energía innecesaria. Así nos queda más espacio mental para lo importante: pensar con claridad, tomar decisiones de más envergadura, escribir una idea que nos remueve por dentro o simplemente tener un rato para respirar sin nada más que hacer.
El piloto automático nos ayuda a vivir con más armonía.
Durante millones de años, la supervivencia de las personas dependía de este mecanismo. Cuando nuestros antepasados salían a cazar o a recolectar, no podían permitirse reflexionar demasiado, sobre todo si les atacaba un depredador. Tenían que reaccionar rápido, sin titubeos. El piloto automático no era una trampa, sino una ventaja evolutiva que, además, se activa con el miedo. Está creada para protegernos. Estos atajos mentales les ayudaba a sobrevivir sin agotar el poco combustible mental disponible.
¿Te los imaginas poniéndose en modo atención plena y repasando los pros y contras en ese momento? Ni tú ni yo estaríamos aquí ahora.
Pero hoy el entorno ha cambiado, y el sistema sigue en nuestros cerebros. Continúa funcionando igual, aunque ya no estemos rodeadas de bestias salvajes ni necesitemos recordar cada fruto venenoso del bosque. Nuestro cerebro repite rutas, decisiones, gestos, creencias...
Y lo hace porque cree que nos protege.
La verdad es que, en parte, lo consigue porque no podríamos vivir en atención plena veinticuatro horas los siete días de la semana. Sería agotador. El piloto automático se convierte entonces en ese fondo suave que nos sostiene. Es necesario porque nos ayuda a no colapsar y a llegar al final del día sin quemarnos.
El problema aparece cuando ese piloto empieza a gobernarlo todo, sin que nosotras ni siquiera lo notemos.
Un día te das cuenta de que preparas la misma lista de la compra de siempre, aunque hace tiempo que tus gustos han evolucionado, repites cada jornada las mismas rutinas porque lo hacían en tu casa sin saber si eso es lo mejor para ti. O tal vez es un trabajo que ya no te reta, pero nunca llegas a dar el paso de buscar en otra parte, quizá por hastío o desgana o miedo a cambiar. Y sigues en esa rueda inconsciente, gastando energía, sin avanzar y sin darte oportunidades.
Estos patrones comienzan de manera bastante inofensiva, pero pueden acumularse, convirtiéndose en años de insatisfacción que se necrosa como una herida mal curada.
No quiero que suene dramático. Bueno, quizá lo es, un poco.
Porque ese vivir sin plantearte por qué puede parecer cómodo y fácil, pero en el fondo desgasta. Apaga la chispa y nos aleja de lo que de verdad nos bulle dentro.
Si alguna vez te has encontrado siguiendo la misma rutina día tras día sin cuestionar, estás usando mal el piloto automático, necesario para otras cosas. No revisar dónde lo usamos y dejarnos llevar, no significa tranquilidad. A menudo es desconexión.
Por eso necesitamos detenernos de vez en cuando, observar nuestras rutinas y preguntarnos.
¿Y si esa costumbre que arrastro no tiene ya nada que ver conmigo?
¿Y si esa rutina que sigo al pie de la letra fue buena en su momento, pero ahora solo me retiene?
No se trata de hacer grandes cambios ni de reinventarte cada semana. La verdad es que basta con una pregunta bien hecha.
¿Estoy viviendo de forma intencional o voy dejándome llevar?
¿Hay algo que sigo haciendo solo porque es lo que siempre he hecho?
Ahí entra la escritura como ese espacio íntimo donde una se permite decirse la verdad sin tener que justificar nada, y mirarse con perspectiva.
Durante años iba a trabajar en autobús y me sentaba en el mismo lado. En ese trayecto siempre veía lo mismo. En una clase de mindfulness nos hicieron ver que la mayoría de las personas suele sentarse siempre en el mismo sitio para comer, y nos invitaron a cambiar de lugar. Parece una chorrada, pero al hacerlo ves desde otra perspectiva el comedor o la cocina en la que comes a diario. Al día siguiente me forcé a sentarme al otro lado del autobús. Descubrí caras nuevas, otras tiendas, calles y fachadas. ¿Por qué siempre iba a un lado y no al otro? Ni lo pensaba. Subía y me sentaba en el mismo sitio sin haberlo decidido. Tomé la decisión el primer día y así continué sin razón. Ese mínimo detalle me hizo reflexionar (que es lo que quería el profesor):
«¿Qué más estoy haciendo sin pensarlo, por costumbre o creencia caducada?».
El cambio puede parecer una tontería, pero no lo es. Porque detrás de cada acto automático, puede haber una parte de nosotras que ha dejado de participar en su propia vida.
Warren Buffett —que no suele aparecer en este tipo de reflexiones, pero aquí encaja— es una de las personas más ricas del mundo. Y vive en la misma casa desde 1958. No lo hace por nostalgia, o tacañería, sino por una decisión deliberada. Eligió no caer en la trampa de esa escalada constante de cosas que no necesitamos. Evitó inflar su vida con objetos o decisiones vacías solo por tener dinero. No dejar que la inercia o el deseo ajeno decidieran por él fue, en su caso, un acto de libertad. Al mantenerse intencional, liberó su ancho de banda mental para actividades más significativas.
Nosotras quizá no tengamos su cuenta bancaria, pero sí su capacidad de elegir. De hacer espacio mental y de decir: esto sí, esto no, esto ya no me sirve.
Por eso te propongo algo:
Elige una rutina cualquiera. La de la mañana, si siempre desayunas lo mismo y con el mismo ritual, la de la comida, la forma en que revisas tus tareas, la ruta al trabajo, el mismo sitio en la cafetería que siempre ocupas... Cámbiala un poco. Solo un detalle. Hazlo a conciencia y luego escribe. Unas líneas, un párrafo, una pregunta suelta para tomar perspectiva y ver qué te dice eso de ti.
Porque vivir sin parar puede parecer práctico, pero a la larga se cobra su precio.
Y cada día que pasa en automático es un día que se nos escapa sin dejarnos huella.
Escribir es una forma de volver, de darte cuenta y de ajustar el rumbo.
Ojo: hablamos de revisar y decidir con qué sigues en piloto automático porque, como decía al principio, no es un villano. Nos cuida más de lo que parece. Gracias a él no tenemos que pensar cada vez que nos lavamos los dientes, ni tomar una decisión filosófica sobre qué taza usar para el café, o no cruzar cuando pasan coches aunque estés pensando en otra cosa. Nos sostiene en lo cotidiano, en lo que no necesita revisión constante. Nos permite ahorrar energía, dejar libre una parte del cerebro para lo que sí requiere presencia: una conversación, una idea, una emoción que pide ser escuchada. Por eso, más que apagarlo, se trata de observar cuándo nos sirve… y cuándo es hora de volver al volante.
No tienes que huir de todo lo que haces en piloto automático, solo revisarlo y no permitir que lleve el timón de tus días.
La vida merece que estemos dentro de ella.
En Por amor al arte, a partir de julio cuando abra la suscripción Premium, trabajaremos con la escritura desde muchos ángulos. Si ya escribes, te servirá para afrontar nuevos retos y practicar, si aún no lo haces, será una forma lúdica de comenzar. No importa si escribes solo para ti o para publicar, el trabajo personal es el mismo. Te espero en la comunidad.
Me encantó cómo resignificas el piloto automático: no como enemigo, sino como aliado… cuando lo usamos con conciencia. Qué importante esa distinción.
Me quedo con esa invitación a revisar, a cambiar de asiento en el autobús, a elegir de nuevo lo que damos por hecho.
Gracias por recordarnos que la vida no es solo para sobrevivirla, sino para habitarla.
Pilar, tu artículo fue uno de los más vistos de la edición del Diario:
https://columnas.substack.com/p/se-ha-estancado-el-crecimiento-de